Buscando algo de cambio en el bolsillo de la mochila… llaves, un billete de dos pesos arrugado, pocas moneditas de 10 y 25 centavos… saco un puñado y empiezo a contar las mas chicas para sacarmelas de encima. De tanto en tanto miro de reojo la esquina por si el bondi dobla de golpe y lo pierdo por jugar con las monedas. Las cuento una y otra vez, definitivamente no alcanza… ni con la de 50 centavos, pero siempre fui muy comprador, y se que puedo convencer al colectivero para que me deje subir y viajar gratis.
En la calle hay poco tránsito, los colectivos pasan pero no es el que estoy esperando, miro el reloj de mi celular.
Las 3 de la mañana – digo para mi mismo, como si el comentario hiciera que el bondi llegara mas rápido. El celular empieza a hacer el molesto ruidito avisando que la batería se esta acabando “pip”, lo ignoro sabiendo que nadie va a llamarme.
Casi por 20 minutos, no veo pasar a nadie caminando, cada vez menos autos circulan por las calles. Cuando la soledad me invade y empiezo a desesperar pensando si el colectivero me dejará subir sin las monedas suficientes, otro colectivo se detiene en la vereda de en frente, y un sujeto se baja lentamente y cruza la calle. Es de unos 40 años, desarreglado, con barba de un par
de días, anteojos redondos y pequeños, se queda en la parada junto a mí. Me mira como queriendome hablar, pero se queda mudo como si algo lo detuviera.
-Estas bien? – le pregunto
-Hace mucho que esperas?
-Casi media hora.- digo abriendo un poco el puño y moviendo las monedas en mi mano.
-Ya debe de estar por venir, a esta hora pasan cuando quieren- balbucea como queriendo hablar de otro tema
-Tendrás unas monedas para prestarme? No llego con el cambio para viajar.
-Solo tengo este peso, tomalo.
-Y vos?
-La noche esta perfecta. Prefiero caminar.
-Bueno, gracias- digo encogiendome de brazos.
Mientras el sujeto se aleja sin voltear la mirada, me pongo a contar las moneditas y me tranquilizo al ver que con el peso llego al cambio justo para el viaje.
Cierro los ojos y viene a mi mente la imagen de Daniela, las viejas épocas, nuestros momentos juntos, las largas charlas sin importancia, que con el tiempo se convirtieron en las más importantes y mas recordadas que tengo.
La charla que teniamos una y otra vez cuando brindabamos ya borrachos, yo diciéndole que si algo le pasara a alguno de los dos, seguramente nos volveriamos a encontrar en el cielo, y ella
contestando que lo mas probable es que nos encontremos en el infierno.
Abro los ojos y me siento apoyándome en un palo de luz, y bostezando observo una hermosa joven que dobla la esquina y camina mirandome.
Me acomodo bien contra mi respaldo de madera, paso el manojo de moneditas a mi mano izquierda y me seco la transpiracion de la derecha con el pantalón.
Haciéndome el distraido, vuelvo a revisar si el colectivo viene, la chica ya en la misma parada me pregunta:
- No sabes si hay una remisería cerca?
- Si, a un par de cuadras hay una, le digo señalándole y observo como se aleja sin agradecerme la información.
Cuando estoy por gritarle con un tono irónico…de nada!! , escucho que mi bondi dobla, me paro de golpe y trato de divisar el cartel pero el semaforo lo hace frenar una cuadra antes.
-Tengo que ir al oculista, no llego a ver nada desde aca, lo voy a parar igual – pienso
Haciendole señas con la mano para que se detenga, me asombro al ver que el cartel dice “Daniela”, en letras rojas un poco despintadas.
El colectivo se detiene dejandome justo parado en la puerta delantera, con el chofer mirando hacia delante. Espero 10 segundos y golpeo suavemente la puerta, el celular vuelve a sonar “pip” avisando de la batería, con un giro de mano el chofer le abre y subiendo un escalon le pregunto:
- Esta bien ese cartel? –
Sin voltear la mirada me dice – Si
Me bajo de nuevo y me asomo delante del colectivo para leerlo nuevamente, el chofer vuelve a cerrar la puerta, esta vez leo “infierno” con las mismas letras gastadas.
Me acerco de nuevo, le golpeo la puerta suavemente para que me vuelva a abrir.
-Es a donde queres ir? –pregunta en voz baja y sin mirarme.
-Creo que si.
-Si vos no estas seguro, yo no puedo ayudarte- dice girando la cabeza hacia mí – Cada cual sabe su destino.
Entonces subo esforzandome para subir cada escalón innecesariamente alto.
-Uno hasta la terminal- digo colocándome ante la máquina y esperando el importe.
En el visor no me dice el monto entonces empiezo a colocar las moneditas chiquitas en el orificio hasta quedarme con el peso en la mano…
- Pasá nene!- me dice interrumpiendo – no ves el cartel?
Subiendo la mirada. Leo un papelito pegado que dice “Maquina descompuesta”
Sin decirle una palabra camino hacia el fondo, y sentandome en el anteúltimo asiento, miro el celular para saber la hora pero ya no habia ningun “pip”, el aparato estaba muerto.
Tomando la Av. Santa Fe… el Hipodromo, cada jueves el mismo recorrido, las calles mojadas por la humedad, las veredas desiertas y los árboles quietos esperando el amanecer.
La vista no hace evitar que mi mente recuerde los antiguos jueves regresando juntos a su casa. Los delirios nocturnos que duraban horas y el alcohol siempre presente haciendonos compañía.
El colectivo de desliza por las calles de adoquines y cuando el golpeteo del asiento empieza a hipnotizarme, el chofer grita:
-Ultima parada, Final del recorrido!
Me paro frente a la puerta trasera y espero a que me abra, espero un instante y al no tener una respuesta acerco mi mano para tocar el timbre, cuando estoy por hacerlo sonar, la puerta se abre rápidamente dando un fuerte golpe, invitandome a bajar. Invitación que acepte sin dudarlo un segundo.
La calle esta oscura y desierta, con aspecto lúgubre… Temo avanzar, por miedo a que podría encontrarme delante, pero más temo quedarme donde estoy, por quién o que podría encontrarme a mí. Asi que comienzo a caminar tranquilamente, pero con un paso acelerado.
Cada 50 metros hay una tenue luz blanca, que sólo alumbra un círculo de luz debajo de ella. Guiándome con esos círculos de luz llego al antiguo caserón con enormes puertas de metal. Las
abro cuidadosamente tratando de hacer el menor ruido posible.
Tomo las llaves del bolsillo de mi mochila y sigilosamente abro la puerta principal y entro al la gran casa.
En la entrada hay una escalera vieja, una puerta entreabierta a mi derecha y un living a mi izquierda.
Trece escalones son los que me llevan al primer piso, donde encuentro una galería con diversos cuadros y 6 puertas, todas cerradas. Me dirijo hacia la última, entro y dejo mi mochila sobre la cama.
Mientras enchufo mi celular a la toma de corriente vuelvo a pensar en Daniela, y ansio volver a verla nuevamente.
Otro día mas de esta realidad a la que convertí mi propio infierno y que quizaá no sea el lugar en donde nos volvamos a encontrar. Pero que no puedo evitar vivir si de este modo puedo recordarla. Tal vez mañana el bondi me pueda llevar a una realidad distinta y el cartel tenga un nuevo destino para mí.
O quizas deba comprender que la noche es perfecta y caminar.